Hace tiempo publicamos en este mismo blog un artículo titulado Comprar servicios en el que desgranamos algunas cuestiones a tener en cuenta a la hora de contratarlos. En dicho artículo se hacía mención a los criterios para minimizar la incertidumbre en la elección de un proveedor, señalando la conveniencia de realizar pruebas o, cuando esto no fuera posible, encomendándose a las referencias y a la estadística.
Aparte de un comentario sobre el precio de la información, deliberadamente omitimos la cuestión del coste que, sin duda, es un factor ciertamente importante en la decisión de compra. Importante, pero no el único.
En efecto, últimamente vemos que algunas empresas y Administraciones Públicas, están situando el criterio de menor coste como el único a considerar en la elección de algunos proveedores, lo que es una temeridad en cualquier circunstancia y muy especialmente en la contratación servicios. Veamos porqué:
Considerar el coste como único criterio de compra para la adquisición de un servicio es una temeridad
Considerar el coste como único elemento a comparar en una decisión de compra puede ser aceptable para el caso de productos indiferenciados -por ejemplo, el alcohol de 96º- pero, fuera de algo tan excepcional, la práctica no parece ser una buena idea.
No lo es ni tan siquiera en la compra de otras sustancias genéricas como pueden ser los medicamentos o los carburantes, pues la diferencia entre excipientes o aditivos que incorpora cada uno puede tener importantes repercusiones -incluidas las económicas- a medio o largo plazo. No es por tanto una cuestión de eficacia sino de eficiencia porque como decían nuestras abuelas: lo barato sale caro.
Suponer que todas las ofertas de un determinado producto van a ser igual de rentables, es decir, eficientes es tanto como despreciar la utilidad de la compra, pues parece que con ello se está tratando de cubrir el expediente más que de cubrir una necesidad.
¿Nos compramos el coche o el electrodoméstico más barato? Sin duda la respuesta es no pues, aunque todos los coches andan y todos los electrodomésticos funcionan -al menos al principio-, existen otros criterios no menos importantes a tener en cuenta en la decisión. Algunos con evidente repercusión económica como la eficiencia energética o el mantenimiento y otros que tendrán que ver con la funcionalidad, las prestaciones, la comodidad o la estética.
Siendo así para el caso de productos, no digamos en el caso de la contratación de un servicio, si bien en este caso habrá que contemplar aspectos tales como la metodología, la experiencia y cualificación del equipo profesional, las referencias, etc.
¿Nos arreglamos el pelo en la peluquería más barata?, ¿vamos al dentista más económico?, ¿nos operaríamos en el hospital y por el cirujano que cobrase menos? Tampoco. No quiero decir con ello que lo caro represente un marchamo de calidad, pero tampoco que cualquier cosa valga con tal de que supere un mínimo, especialmente cuando ese mínimo se ha rebajado a una cuestión tan básica como que en el título de la oferta aparezca la palabra peluquería, dentista u hospital.
Lógicamente a la hora de tomar una decisión no todos los criterios tienen la misma importancia y por eso tampoco deberemos elegir la opción más cara sólo porque añada mayores prestaciones o estéticamente quede mejor. La mejor decisión raramente supera por 10-0 a su alternativa y habitualmente la cosa se dirime por un 6 a 4 o un 7 a 3. Toda opción tiene sus ventajas e inconvenientes y por eso, elegir en base a un único factor difícilmente podrá considerarse la mejor solución.
La manera de elegir la opción más eficiente es valorar cómo responde a los criterios en su conjunto
Dando por sentado que todas las alternativas que se barajan cumplen unos requisitos mínimos establecidos -sean de calidad, precio máximo, experiencia o cualquier otro que influya en la elección- la manera de llegar a la opción más eficiente será sopesar cómo le afectan las variables en su conjunto. Y ya que no todos los criterios tienen la misma importancia, habrá que priorizarlos.
Una manera de hacerlo es repartir pesos entre los diferentes criterios en función de su importancia relativa, para posteriormente asignar valores a las distintas opciones de cada criterio. De esta forma podremos comparar alternativas sin perder la visión de todos los factores que les influyen y cuál responde mejor al conjunto de ellos.
Nuevamente, si en el reparto de pesos damos un valor excesivo a uno de los factores -digamos más de un 80 sobre 100- volveríamos a cometer el error de guiarnos por un único criterio y, si este fuera el precio por considerarlo el más importante, habremos vestido mejor la decisión, pero seguirá siendo unidimensional.
En el caso de las Administraciones Públicas, siendo el método de valoración el que se venía usando para dilucidar los concursos -al menos en la relación técnico económica-, llama la atención que últimamente se prescinda de él para guiarse únicamente por el coste. ¿Será porque en la compra de algunos servicios se trata de cubrir el expediente despreciando la necesidad? Pues miedo da, porque puede salirnos muy caro.
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